En 1948, once años después de que se publicara esta novela, André Gide , gran admirador del novelista belga, le escribía sorprendido: ¿Cómo es posible que no conociera aún El testamento ? No puedo explicármelo. ¿Cómo ha podido pasar inadvertido un libro como éste? (. . .) Es un libro notable y muy distinto a los demás. No tiene personaje principal, sino media docena de herederos situados en un mismo plano. Me maravilla que usted haya podido llevar eso a buen término . Nada tiene de extraño este comentario, pues Simenon concibió El testamento , una de sus novelas más extensas, como un auténtico desafío. Rompiendo con lo que hasta ese momento había sido su norma -centrarse en un solo personaje-, recreó múltiples historias paralelas para plasmar, poco antes de la segunda guerra mundial, la decadencia de cierta burguesía que estaba a punto de desaparecer. Sin embargo, explorador apasionado de la psicología humana, acabó prestando más atención al laberinto mental de sus criaturas que a las costumbres y la época. Cuando la viuda Donadieu y sus cuatro jóvenes hijos se reúnen para conocer el testamento del jefe del clan familiar -el armador Oscar Donadieu , muerto en circunstancias misteriosas-, ninguno de ellos puede sospechar hasta qué punto van a trastocarse sus grises y organizadas vidas provincianas. Nadie queda satisfecho y las pasiones se desatan. En efecto, las desconcertantes cláusulas de este testamento provocarán en cada miembro de la familia las reacciones más dispares: unos, presa de la ambi