A finales del siglo XIX en una sociedad capitalista, urbana e industrial donde solo importa el dinero y el ascenso social, el Bowery de Nueva York es un campo de batalla y los protagonistas de La madre de George (1896), la señora Kelcey y su hijo, víctimas de un medio implacable y sin escape que los desintegra física y moralmente. Era de justicia que recuperáramos en el XXI la figura de Stephen Crane, considerado por sus contemporáneos contrario a los más nobles principios de la ética, y olvidado a lo largo del XX. Fue el padre del naturalismo norteamericano, un estilo que tiene en sus obras, Maggie: una chica de la calle (1893), La roja insignia del valor (1895) y El bote abierto (1898), algunas de las historias más hábiles de la literatura, casi dostoievskianas.