>, exclamó Jean François Champollion al contemplar por primera vez unos extraños jerogñíficos egipcios. A partir de entonces, para este niño prodigio de once años, esta idea se convertirá en una obsesión. La piedra Rosseta, una losa con tres inscripciones, en griego, en un enigmático jeroglífico y en su traducción demótica, parece la clave para poder descifrarlo. Pero hay otros que persiguen esta idea: sólo en París, docenas de eruditos aseguran haber resuelto el enigma. En Londres, Thomas Young, un pensador poco convencional, trabaja con particular empeño en el tema. Entre Champollion y el excéntrico inglés se establece una intensa rivalidad. En un segundo plano, un curioso barón amante de Egipto tiene el control de la situación. Al publicar Young su versión, Champollion es considerado > al no aceptar su interpretación. No tardará en ser juzgado por alta traición y condenado al destierro.