Cuando se dominan los flecos de las palabras, cuando se conoce su sonoridad y se desvela la alquimia que las une, la poesía se convierte en sutil surco que recorre casi impercetiblemente lo doméstico de quien la escribe. Y entonces ya no parece únicamente suyo, sino también del lector. Leer este libro no es una experiencia obligatoria, no es una sensación indispensable. Pero en muchas ocasiones Un don innecesario es más necesario de lo que parece.