La localización del Mediterráneo como un espacio bisagra entre Europa, África y Asia lo ha configurado como centro de la civilización occidental hasta el siglo XVI. Desde entonces, ha tenido que compartir hegemonía con otras regiones, lo que ha supuesto un constante proceso de transformación y adaptación a los contextos geopolíticos que se han venido desarrollando. A principios del siglo XXI, la cuenca mediterránea se sigue manteniendo como un microcosmos en el que se concretan las fuertes contradicciones de la sociedad actual y donde se refleja gran parte de la geopolítica actual, caracterizada por el avance de la globalización y la interconexión de territorios.