Del prólogo de Al final del fuego : Esta preciosa novela que tienes en las manos, lector, es una prueba de la infatigable actividad literaria de Eduardo Calvo . Poco voy a decirte de su contenido, porque quiero que seas tú quien lo descubras y quien lo disfrutes, sin precisión de intermediarios. Sí quiero declarar, y en voz muy alta, que la he leído de un tirón, con miedo de que se acabase, y que al final me ha quedado en la boca y en la mente el inconfundible sabor de la buena literatura, de la historia bien contada, de la narración impecable. Me ha divertido mucho encontrar nombres propios en ella que evocan amigos comunes. Me ha gustado descubrir en sus páginas el irrepetible perfume de los clásicos grecorromanos. Me ha admirado la facilidad del narrador para encarnarse en todos y en cada uno de sus personajes, pues todos ellos son emanaciones de Eduardo, fragmentos de su integridad. Me ha sobrecogido el poema de Heine, citado “en la dudosa traducción de Juan Garay”. No he tenido tiempo, ni ganas, de buscar el poema original en el corpus poético de Heine. Me basta con que Eduardo, cuarenta años de amistad después, siga dejándome la boca abierta con semejantes maravillas. Luis Alberto de Cuenca