Prólogo de Manuel Rodríguez Rivero Traducción de Javier Marías La desdichada esposa hizo un desesperado esfuerzo por controlarse. Era su Edmond; no le había hecho ningún mal; había sufrido. Una momentánea devoción por él la ayudó y, levantando la vista como se le había implorado, miró aquel despojo humano, aquel écorché, por segunda vez. Pero la visión era demasiado horrible. De nuevo, involuntariamente, apartó la mirada y se estremeció. - ¿Creéis que podréis acostumbraros a esto? -dijo él-. ¡Sí o no! ¿Podréis soportar cerca de vos esta carne de osario? Juzgad por vos misma, Bárbara. ¡Vuestro Adonis, vuestro incomparable marido, se ha convertido en esto! La pobre mujer estaba junto a él inmóvil, excepto por el continuo parpadeo de sus ojos. Todos sus naturales sentimientos de afecto y compasión le habían sido arrebatados por una especie de pánico; tenía, exactamente, la misma sensación de debilidad y horror que habría tenido en presencia de un aparecido. De ningún modo podía hacerse a la idea de que aquello era el elegido de su corazón: el hombre que había amado. Se había metamorfoseado hasta convertirse en un ejemplar de otra especie. Fragmento de Bárbara de la Casa de Grebe, El brazo marchito Thomas Hardy (1840-1928) public...