La novela, La luz de la sangre, narra los avatares de un hidalgo pueblerino que viaja a las Indias en busca de oro y encuentra amor. También hay un laberinto en la novela, en La luz de la sangre, precisamente en el momento en el que el protagonista, don Torcuato, está a punto de conseguir el oro, que según Antonio Enrique, por su belleza, es igual a la sangre, al alma y al amor (esa fue su exposición en la presentación del libro en Granada), en un viaje desvelador a través de los Andes peruanos, acompañado del guía, que aquí hace de gurú, y de su gran amor, la niña Virgen María. En ese laberinto se pierde don Torcuato, quedándose atrás respecto a sus acompañantes, y debe pasar la noche entre los hielos. Al ser hallado, casi moribundo por congelación, y reanimado por el amor y el calor de la niña, don Torcuato queda dispuesto para descubrir el oro y gozarlo, no como riqueza sino como belleza, al revés de sus perseguidores, el inquisidor don Servando y el obispo Mangas, cuya soberbia y ambición les hace inmerecedores de oro, sangre, alma y amor.