Entre todos los que jamás escribieron, Rousseau ha tenido el éxito mayor y el más claro. Mas ¿quién es él? Un triste Fígaro que nada ama sino su propia pasión y que quiere ser tomado del modo más grave. Un vagabundo que busca un pueblo y sueña un Estado. Un enfermo que anhela una naturaleza buena y saludable. Un misántropo que cuenta con una lejana humanidad, purificada, espiritual y bondadosa. Un enemigo de los privilegiados que tiene que impresionar a las condesas; el que odia a las bajezas y los vicios propios e, incapaz de librarse del fango, se purifica siempre de nuevo con lágrimas y visiones espirituales, que educa a sus niños abandonados en una novela, que ama a su hermoso amor en una novela. El que es tan justo y tan veraz en su novela sobre el Estado que, a partir de ese momento, un pueblo entero quiere ser justo y veraz; el que es un luchador tan glorificado más allá de su pobre vida, que ahora un pueblo entero, el más espiritual y el más activo que nunca existió, prosigue su lucha. Sus novelas idealistas encontraron un pueblo de lectores que las representaba. Este pueblo no hizo la revolución mientras pasó únicamente hambre.