En 1921, T. S. Eliot definió a John Donne con una frase: Poseía un mecanismo de sensibilidad capaz de asimilar cualquier clase de experiencias. Y así es, nadie con más amplitud y variedad de registros, en él no se excluye nada, todo se hermana y es asociable, todo le sirve para sus asombrosas comparaciones: la estrella y el insecto, el silogismo y la raíz de la mandrágora, la ironía y la muerte, el deseo carnal y el desengaño, el cumplido galante y el horror de las últimas preguntas. La maldición de los poetas difíciles son sus intérpretes, en el pecado carnal llevan la penitencia. Pero como toda poesía, la de Donne es para ganar lectores que acepten entrar en su mundo bello y extraño, que va a buscar insólitas resonancias en la médula misma del lenguaje. O nos arrastra con su vehemencia o es mejor dejarlo correr, abandonarle en manos de su sabihondos comentaristas. Carlos Pujol.