Se habla de nuestro tiempo como de un desastre. La creencia en el progreso ha dado paso, en busca de respuestas a las crisis sanitarias, las amenazas ecológicas o el peligro nuclear, a la ansiedad. Este resurgimiento de temas apocalípticos es un síntoma. La disolución moderna de las jerarquías tradicionales ha provocado una nueva preocupación: tener que vivir después del fin del mundo.