El juego tiene un potencial educativo extraordinario. Aunque de él no se esperan logros predeterminados, propicia el desarrollo de las estructuras afectivas y cognitivas, así como de muchas habilidades y destrezas manuales e intelectuales, fomenta valores como la democracia, el compañerismo, el respeto, la libertad; es herramienta y estímulo en la definición de los ideales, de la identidad, la autonomía y la subjetividad.