Félix Rico había dedicado su infancia y juventud a perseguir una obsesión: hacer realidad las promesas que encerraba su nombre. Perseguir esta obsesión le hacía sentirse fuerte, capaz de cualquier cosa. Pero cuando conoció a Dolores Saznés, supo, a ciencia cierta lo que significa verse dominado por una obsesión. Entonces comprendió que por ella mentiría, robaría y mataría sin remordimientos. Descubrió, sin ninguna duda, que aquella sería la obsesión que le llevaría a la muerte. Y decidió que merecía la pena.