Una historia de amor en 2012. Eso -con todo lo que implica- es lo que viven Eloy y César, los protagonistas de Cuando fuimos dos. Y es que esta es una comedia dramática, o un drama con toques de comedia, en la que se retratan algunos de los momentos clave en su relación: cómo se conocieron, cómo llegaron a la cama, cómo descubrieron que querían algo más, cómo ese algo más se convirtió en convivencia y cómo, de repente, la convivencia también acabó convirtiéndose en un problema. El problema es que, cuando recordamos un romance, no lo hacemos de manera lineal. Ni siquiera conseguimos ponernos de acuerdo en quién fue el culpable de qué... Así que, en Cuando fuimos dos, los recuerdos se suceden desordenados, en un puzle que deberá organizar el lector para decidir cuál de las dos versiones -la de Eloy o la de César- se ajusta más a la verdad. Y en ese rompecabezas temporal veremos cómo interfieren en sus vidas las inseguridades ante ciertas ausencias. O los celos ante los comentarios de no sé qué amigos de Facebook. O la tentación de piratear el móvil, el e-mail y, sobre todo, la intimidad del otro... Veremos que, sea como sea el signo de la relación (chico y chico, chico y chica, chica y chica..., qué más da), los fantasmas, ilusiones y deseos son siempre idénticos. Porque, en definitiva, puede que hayan cambiado las formas en esta sociedad 2.0, pero el amor -para qué negarlo- siempre nos resulta igual de complicado.