Desde el mismo significante que la nombra, la adolescencia aparece descripta como una etapa de falla. No obstante, el adolescente no adolece, no le falta nada a la adolescencia para que no sea un trastorno, lo que no quiere decir que durante esa etapa vital no haya tiempos trastornados. La patologización de la adolescencia tiende a pensar en la idea de que lo normal sería que la adolescencia pasara con mínimos conflictos; pero, ¿quién pone la medida? Lo que se intenta transmitir en este libro es una posición donde el eje no es ocuparse de los trastornos sino leer las manifestaciones de ese tiempo vital (incluso las más temidas ligadas al acting o al pasaje al acto) como expresión del sujeto. Así también la importancia radical de trabajar como analistas el cambio de posición subjetiva que el duelo de la infancia provoca. Si no faltamos a la cita de poder escuchar lo que el adolescente tiene para decir, los analistas nos sentiremos tocados, conmovidos, asustados, angustiados, pero estaremos respondiendo a aquello que constituye nuestro deseo: escuchar la pura diferencia y lograr que una muchachita, un muchachito que nos consulta pueda saber hacer con su goce algo más que síntomas.
