La televisión es un Caballo de Troya y la vista lo dejó entrar. La vida, despojada de misterio, de profundidad, transcurre ante los ojos de todos de una manera banal y anónima. Dará lo mismo que sea uno u otro quien se ofrezca a la pantalla. Picó explora estas imágenes como un actor explora los materiales con los que hará una obra, papel plástico, hilos. Lo hace con una gracia y una elegancia que, unidas a su agudo sentido del humor, nos dejan a salvo de cualquier denuncia de fin de milenio. Tampoco es un alegato contra la televisión. Si los personajes están donde están, es porque ellos mismos fueron. Si ven las cosas que ven, es porque ellos se ponen delante de la pantalla. No se pelea con la televisión, sino que se pone a jugar con ella, y así como ésta se metió en nuestras playas, Picó juega a meterle arena adentro y ver qué pasa.