TVE ha sufrido excesivas convulsiones a lo largo de su historia que se inició en el Paseo de la Habana madrileño durante los años 50. Desde entonces muchas cosas, quizá demasiadas, se han desarrollado defectuosamente en especial cuando era “la mejor televisión de España” pues no sufría la competencia de las cadenas comerciales. Pero al irrumpir las cadenas privadas en la oferta televisiva, a los defectos estructurales se añadieron los derivados de la financiación. La “tarta publicitaria”, que alimentaba los presupuestos del Ente, hubo que repartirla y en ese momento se agudizaron los problemas. Hoy se hacen más evidentes al desaparecer toda la publicidad de RTVE: la televisión pública no emitirá anuncios al igual que desde siempre no lo hizo Radio Nacional. ¡Qué tarde llega lo que pudo hacerse en 1980! Pero como se recoge en este libro, los poderes públicos no entendieron entonces, o no quisieron entenderlo, “el significado del servicio público de la televisión” y se dejaron arrastrar por ese tópico de “lo que quiere la gente” para apelar a los bajos instintos de la condición humana; una manera explícita de servir al poder político que venera los índices de audiencia por encima de todo. Necesita a esa audiencia tan receptiva a los mensajes o consignas políticas que les suministra, especialmente, vía telediarios.