Un joven periodista, inmerso en su profesión y sus pasiones, saborea a grandes tragos las experiencias que la vida le reserva. A veces son dulces, a veces muy amargos. Esos recovecos tachonados de días azules y grises, éxitos y fracasos, amigos y enemigos tejen el tapiz de una vida intensa y exprimida. En los pasajes novelados de ese periodista en el ejercicio de su oficio circulan amigos, reflexiones, anécdotas, amores y odios que quieren reflejarse con vocación de síntesis y ligereza. No se trata de pontificar ni de buscar la piedra filosofal del periodismo de los últimos siglos. Es una mirada personal y, por tanto, subjetiva de hechos o fábulas que han llegado hasta los oídos, más o menos distorsionados, del narrador. Eso sí, con el deseo de divertir y la autorización expresa al lector a despotricar cuánto desee en el momento en que el virus del aburrimiento lo contamine todo. En lo que se refiere al público al que va dirigida la obra, he hecho algunas pruebas en mi círculo y parece que todavía me soportan y no me mandan al siquiátrico. Quiero decir que pueden leerlo los humanos entre los 12 y los 120 años. O eso me gustaría. Salud.