Hay hombres que con su obra y su ejemplo redimen a su pueblo y lo dignifican. Entre los pueblos que se enorgullecen de haber tenido compatriotas de semejante envergadura, no está el español ciertamente solo ni es de esperar que se quede atrás a la hora de reconocerlo. Al hombre hay que juzgarlo por sus obras, y las de Menéndez Pelayo, que fue ante todo y sobre todo un historiador de las ideas, que estuvo en su día en la vanguardia y en la cima de la sabiduría europea, u occidental si se quiere, lo ponen a él muy por encima de las discusiones y los enfrentamientos de los polémicos años que siguieron a su muerte. Nadie como él valoró los momentos cenitales de la cultura española o deshizo los tópicos de un pesimismo resignado a la vez que señalaba con ojo certero y conocimiento de causa las circunstancias de la decadencia y del mal gobierno. Sus ideas las argumentó con la vehemencia y la pasión del convencido, pero con un respeto y una estimación por los que disentían de ellas que fueron en aumento con los años. Puede decirse que no hay gran prosista español que no se haya beneficiado de su magisterio, pues tenía el arte de exponer los temas en apariencia más áridos con una atractiva amenidad. Se ha dicho que si los españoles somos hijos de algo es gracias a Cervantes y a Velázquez. También a Menéndez Pelayo tenemos algo que agradecer en este capítulo Cesar Cesar Alonso de los Ríos, redactor jefe de Triunfo, director de La calle, adjunto a la dirección de El Independiente, colaborador de Cambio 16 y de ABC. Aquilino duque Gimeno, poeta, traductor, ensayista y novelista, estudió derecho en su ciudad natal y amplió sus estudios en Dallas y Cambridge. Jose Ignacio Gracia Noriega, narrador, ensayista, articulista, gastrónomo, crítico literario y cinematográfico, autor de libros de viajes, etc., estudió en las universidades de Oviedo y Madrid y ejerció el periodismo tanto en la radio como en la prensa regional madrileña.