Antes o después tenía que suceder: la segunda -y en ocasiones, tercera- generación de inmigrantes magrebíes afincados en Francia ha encontrado una voz literaria propia que está a la altura de las circunstancias y puede gritar, a pleno pulmón y en total posesión de las más ingeniosas facultades narrativas, Vivir me mata. El autor de esta novela, Paul Smaïl (homónimo del protagonista y heterónimo, para algunos, del especialista en literatura comparada Jack-Alain Léger), ha elevado a la categoría de ficción lo que las calles de nuestros días derrochan a cada instante y en cada esquina: vida real. Vidas, biografías y sucesos de miles de jóvenes magrebíes enfrentados a la violencia y a los sueños, al racismo y a los derechos humanos, al poso de la cultura y a los efectos del populismo: así es el fascinante universo descrito, con más inteligencia que rabia, por este nuevo precursor de un mestizaje desprovisto de atavismos. Con esta denuncia del acoso a que se ve sometida toda una generación de jóvenes francomagrebíes, que pertenecen por derecho pero no de hecho a la sociedad francesa, vuelve a quedar patente que la única justicia posible es la que la literatura -cuando se practica, como lo hace Paul Smaïl, a pecho descubierto- nos presta. Y que el futuro tiene su primera escala en la diversidad.