En algún momento, todos, de repente, lo sabemos. Nos desvela en la mitad de la noche, nos enfurece, nos desespera. Podemos resignarnos, o empezar a correr contra el tiempo. Pero, y ya para siempre, tenemos la certeza de que somos mortales. Entre los chinos, el sÃmbolo de la muerte era el limón. Y en Helsinki, a principios del siglo XX, en un bar frecuentado por Sibelius, los que se sentaban en la mesa limón estaban obligados a hablar de la muerte. En estos cuentos de la mediana edad, los protagonistas han envejecido, y ya no pueden ignorar que sus vidas tendrán un final. Como el músico de El silencio, aunque él habla antes de la vida y, después, de su último y final movimiento. En Una breve historia de la peluquerÃa, toda una vida se mide en los cortes de pelo del protagonista. La de cosas que sabes cuenta los secretos de dos mujeres que fueron jóvenes en los años sesenta y que saben demasiadas cosas la una de la otra, cosas que nunca podrÃan ser dichas en los encuentros que tienen cada mes. En Higiene, un militar retirado que vive en provincias con su mujer, va todos los años a Londres, a su reunión anual con sus compañeros de promoción. Y desde hace veinte años, en cada uno de estos viajes se encuentra con Babs, una prostituta que es como su esposa paralela. El melómano de Vigilancia lleva a cabo una implacable campaña de acoso contra los que tosen en los conciertos, una campaña que tal vez no tenga que ver con el placer de la música, sino con las manÃas de la vejez. En Corteza, Jean Ettienne Delacour, un burgués de sesenta años del siglo XIX, empedernido jugador, apuesta a un seguro de vida que sólo será rentable si consigue sobrevivir a todos sus contemporáneos...