De fenómeno, dicen algunos, sólo hay uno. Así define el término el Diccionario taurino de José Antonio Quijano Larrinaga : “Fenómeno: torero con privilegiados dones innatos para renovar o imponer normas en la práctica del toreo, como lo fue con exclusividad e indiscutiblemente el trianero Juan Belmonte”. Aunque no se discute la opinión de un conocedor, Fenómeno podría ser también aquel Jaquetón, toro lidiado a muerte en Madrid en 1887 y cuyo nombre a partir de esa tarde inolvidable se volvió símbolo de bravura y fiereza. Aparte de estos “hombres o toros fenómenos”, hay fenómenos extraños que ocurren en y alrededor de la corrida: toros que resucitan a ma tadores casi muertos de hambre, negros presagios que estampan el último verano del poeta torero Sánchez Mejías o un brindis lanzado de Dominguín a Churchill. Así nos lo cuenta Jacques Durand en sus crónicas taurinas, que son instantáneas de la historia de la tauromaquia, a veces acontecimientos mágicos, casi imperceptibles, que rodean a la fiesta, a veces hechos patéticos o inefables hazañas que hay que contar a toda costa. En estos destinos heredados que se lidian sobre las astas del toro, se entrechocan califas, monstruos, príncipes y faraones que comparten el mismo sueño de faena ideal y el mismo firmamento de los banderilleros, picadores, espontáneos, charros o aficionados. Jacques Durand levanta un monumento al torero y al toro desconocidos, víctimas y héroes de la fiesta, gloriosos o anónimos, inmortalizados por virtud de la crónica.