Marruecos es un espejo cuyo reflejo es nítido. Las imágenes que nos devuelve pueden seducirnos o provocar nuestro rechazo. Pero Marruecos y nosotros somos lo mismo, el espejo y el reflejo, lo cotidiano pero también lo inquietante. Escenas que pueden sorprendernos porque no coinciden con la idea colectiva que, desde la Península, se ha creado durante las últimas décadas. In niño bañándose en un barreño, unos chavales jugando en la calle o una tímida adolescente que se esconde ante la cámara son imágenes que nos acercan a nuestra infancia, la edad mágica de la emoción y la curiosidad por descubir el mundo cada día.