El rey estaba muy orgulloso de su hija, la princesa Elisenda, pues todo lo hacía bien y con buena cara. Cuando cumplió los siete años, su padre le dijo: ´A partir de hoy te encargarás de que haya siempre galletas y chocolate en la despensa para que puedas invitar a tus amigas´. Elisenda iba a ser una gran reina y, cuando cumplió dieciocho años, el soberano decidió regalarle el anillo del gran brillante, la joya más bella y valiosa del reino.