La Dama Ciega no es Aurora Torres, la abogado protagonista de esta historia; aunque por su persistente búsqueda de la embriaguez, bien podría serlo. Este texto podría contemplarse como una acerada crítica del sistema legal, de la Justicia como idealización abstracta e inasible, o de los obstinados defensores de dogmas modernos, fósiles a fuerza no discutirlos. Otros, sin embargo, más románticos quizá, de entre las agrias peripecias relatadas, podrían rescatar como motivo principal la fotografía de una mujer; o mejor dicho, de un personaje. Un personaje cabreado, un personaje escéptico, atractivo y cruel. Un personaje capaz de narrar asépticamente su propio desengaño con una prosa cruda, cincelada de adjetivos descarnados.