Todo ejercicio de recuperación literaria resulta tan reconfortante como perverso. Reconforta porque nos permite revisitar la memoria perdida desde el nítido umbral del presente, pero nos arroja perversamente hacia las zozobras y miserias de nuestro pasado, reencontrándonos con lo definitivamente perdido. Somos nosotros quienes nos alejamos de nosotros mismos al reconstruir, fugazmente, aquello que fuimos.