Hay una reminiscencia de Rimbaud en Parque de destrucciones y es que este poemario es la temporada en el infierno que sufrió un poeta con sangre guaraní cuando arribó a Madrid, una ciudad llena de voces que clamaban vida y aniquilación. Rodrigo Galarza alza la palabra desde el primer verso, que es un silencio que revienta en el frenético ritmo de la urbe. Alguien, una sombra, recorre las calles y grita con todas sus fuerzas para que nadie le haga callar: soy el que hundió su pulso en la niebla/ el de la vocación por los derrumbes/ el de los cielos verticales en suburbios insumisos.