Cuando la bruja del pan pringao entró en los grandes almacenes, a las bufandas les salieron unas patas menudas y numerosas como las de los ciempiés. Y había bufandas de rayas que se te subían al cuello y bufandas de flecos que se te colgaban al hombro. Pero a la bruja, lo que son las cosas, nadie le reconoció aquel mérito.