Todo comenzó una mañana de diciembre. Acababa de cumplir nueve años y, justo después de desayunar, se me cayó mi último diente de leche. Desde entonces ha transcurrido mucho, mucho tiempo. Pero continúo conservando mi mundo oculto y a mis amigos invisibles, a los que, con el paso de los años, se han ido agregando otros. El recuerdo de aquella Navidad, de los cuentos, las historias y canciones que oí y leí de pequeña son mis lámparas interiores que jamás se apagan, mi refugio seguro, mi bosque escondido, donde brilla toda la belleza de las palabras.