Los cuentos tienen, para los niños, la misma seriedad y verdad del juego: les sirven para esforzarse, para conocerse, para medirse... Por ejemplo, con el miedo. Si su madre o su padre le explican el cuento de Pulgarcito abandonado en el bosque con sus hermanitos, el niño no teme que a él le pase lo mismo y puede centrar toda su atención en la astucia del minúsculo héroe. Aunque aparezca en el cuento un monstruo horrible o el lobo feroz, la voz maternal, en la paz y en la seguridad de su casa, le permite al niño incluso «jugar a tener miedo». En estas circunstancias sería suficiente lanzar una zapatilla para alejar al lobo. GIANNI RODARI