Ante todo, el cuento es para el niño un instrumento ideal para retener consigo al adulto. Raras veces el adulto tiene tiempo de jugar con el niño como a él le gustaría, o sea, con dedicación y participación completas, sin distraerse. Pero con el cuento es diferente. Mientras dura, la madre está allí, toda para el niño, presencia durable y consoladora, dispensadora de protección y seguridad. No podemos decir que el niño, al pedir un segundo cuento, una vez acabado el primero, esté exclusivamente interesado en sus peripecias: tal vez sólo quiere prolongar al máximo esa situación placentera, continuar teniendo a la madre junto a su cama, o sentada en el mismo sillón. Bien cómoda, para que no le den ganas de escapar demasiado pronto... Mientras el río tranquilo del cuento corre entre los dos, el niño puede disfrutar de la madre a sus anchas, observarle el rostro en todos los detalles, estudiar sus ojos, su boca, su piel. La voz materna no le habla sólo de Caperucita Roja o de Pulgarcito: le habla de sí misma. En sus matices, volúmenes, modulaciones, en su música que comunica ternura, que suelta los nudos de la inquietud y hace desvanecer los fantasmas del miedo. GIANNI RODARI