Entre las grandes tragedias de Shakespeare, El rey Lear aparece, en palabras de Shelley, como el ejemplo más perfecto de arte dramático. Escrita hacia 1605, en plena madurez creativa del autor, esta obra constituye una intensa y cruel expresión de la presencia del mal en el mundo, una manifestación cercana al absurdo del desorden y la violencia que impregnan la realidad.