Almanaque es el término con que Ildefonso Rodríguez se refiere a El jazz en la boca: colección de apuntes tomados en el curso de los días, de una práctica que se reparte entre la poesía y la música. Lo que música y poesía tienen en común es el ritmo, y el ritmo –sus formas, sus problemas, su memoria y su pensamiento– es el eje articulador de los materiales que llegan al libro y de su propia escritura: fragmentos, relatos, citas, sueños… una prosa inconfundible en su personalísimo fraseo, en su tempo y sintaxis, en su variedad tonal. Hilvana ese hilo la reflexión estética con agudos elementos de análisis, la experiencia del poeta con la del músico, la del oyente, la del lector, una enciclopedia de amplísimos saberes, los episodios de una biografía individual y también colectiva, el rumor de las calles y del tiempo. Todos los componentes se funden en una atmósfera tensada en la emoción, cuya raíz se percibe a la vez existencial y ética, y cuya forma material es el arte: “Arte y vida van juntos”. El jazz en la boca construye un espacio de libertad y riesgo, de resistencia frente al pensamiento único y a lo convencional: el espacio del poema libre y el de la música improvisada, el de sus mismas apasionadas y lúcidas páginas.