La palabra de Esperanza Medina, por más que coquetee con la gramática y sus constituyentes, prescinde de retoricismos y de rebuscamientos, llega al destinatario como una plática placentera, queda en él como un recuerdo grato, suena en su cercanía como el pasar de las páginas de un libro muy preciado y accesible. Y todo ello, porque el mensaje es espontáneo, los vocablos como muy jóvenes, como de juego entre ingenuo y amoroso, la sintaxis como de tú a tú - por algo esa segunda persona omnipresente - con la intensidad con que uno espera. Armada de ligereza y de naturalidad nos habla de lo de siempre pero como nunca nadie: de la existencia y del tiempo y de lo inalcanzable. Sin más atuendos que el humano, sin más omatos que la naturalidad, nos sumerge en el aguardo y nos envuelve en el optimismo de sus pensamientos y vivencias. Y es que para escribir poesía sobre la vida,no hace falta más que hablar de la vida pero en nombre propio, con sinceridad, sin artilugios ni modelos que nos hagan ser repetidos como o parejos a los más imitados e intertextualizados. Cada idea posee un término preciso y cada término expande una imagen inédita, un tentador erotismo.