Alfanhuí tiene los ojos amarillos como el alcavarán. Era, de chico, amigo de los lagartos, pero también del gallo de una veleta que le enseñó muchas cosas sobre los colores. Después estudió con un taxidermista que tenía una criada que un día se puso verde y se murió. Alfanhuí conoció a unos ladrones de trigo, y a un gigante, y, en Madrid, a un hombre que trabajaba en una fábrica de chocolate y bailaba sobre las mesas... Alfanhuí es el espectador itinerante de hombres extraños pero reales. Él vive las aventuras sin inmutarse, adaptándolas a una cotidianeidad fantástica en la que lo estridente no existe.