Existen pocas construcciones que ilustren mejor la cultura del ocio y la satisfacción que la piscina. Aunque en algunas ocasiones su función pueda tener un carácter religioso, paisajístico o deportivo, resulta difícil desvincular la imagen de una piscina de las horas indolentes transcurridas en bañador al calor de un sol generoso con la única preocupación de acabar el cóctel antes de que se disuelvan los cubitos de hielo. Ciertamente, la incorporación de la piscina a la vivienda privada supone un aumento incuestionable de la calidad de vida no sólo por sus ventajas intrínsecas sino también porque implica la existencia de un jardín, un clima benigno y la posibilidad desarrollar vida al aire libre.