Actualmente, el tratamiento médico de la enfermedad de Parkinson es sintomático. Aunque los fármacos no han demostrado frenar o revertir la evolución natural de la enfermedad, en estudios de laboratorio los agonistas dopaminérgicos y los inhibidores de la monoaminooxidasa de tipo B han demostrado efectos neuroprotectores. El tratamiento de los síntomas motores más habituales (bracidinesia, rigidez y temblor) se basa principalmente en la administración de fármacos que potencian la transmisión dopaminérgica. La potenciación de otros sistemas de neurotransmisores, en particular el colinérgico y el serotoninérgico, es útil para mejorar algunos síntomas cognitivos y afectivos. Las interacciones farmacológicas de los medicamentos utilizados en la enfermedad de Parkinson y el grado de adherencia al tratamiento son dos aspectos que, aunque aparentemente secundarios, pueden condicionar tanto la eficacia del tratamiento como la aparición de efectos adversos. Frecuentemente, los pacientes con enfermedad de Parkinson reciben varios fármacos y siguen pautas de administración complejas. El conocimiento de los riesgos de interacción entre estos fármacos y las características de la adherencia al tratamiento puede ser de utilidad para obtener el máximo beneficio de los tratamientos disponibles y mejorar la calidad de vida del paciente.