Zaragoza se resiste a ser un simple e inevitable cruce de caminos. Dispuesta a animar de una vez por todas su vida social, se abre paso con fuerza con un objetivo claro: convertirse en gran capital cultural. Su coraje no es sólo cuestión de historia. El río Ebro y las comarcas de su provincia son un complemento perfecto, repleto de paisajes, leyendas y mucho arte. Considerada lugar de paso al estar justo en medio de numerosas vías de comunicación, y pegada siempre a su nombre la imagen de una de las fiestas más conocidas dentro y fuera de nuestras fronteras, las del Pilar, lo suyo es bien difícil. El viajero que llega de nuevas a Zaragoza se dará de bruces con una realidad sorprendente. No sólo hay una Basílica que visitar, la ciudad tiene otras muchas cosas que ofrecer.