Toda investigación debería implicar una cautela arqueológica, es decir un retroceso en el propio recorrido hasta el punto en que algo ha quedado oscuro y sin tematizar. Sólo un pensamiento que no esconde su propio no-dicho, sino que sin cesar lo retoma y lo desarrolla, puede, eventualmente, aspirar a la originalidad. Llevar a la práctica esta peculiar regresión significa reflexionar sobre el método, noción que Giorgio Agamben considera ajena a los horizontes que se limitan a los procedimientos en los que una larga tradición filosófica nos ha acostumbrado a colocarla. En un estrecho diálogo con Foucault y Benjamin , Paracelso y Warburg , Overbeck y Melandri , la búsqueda se concentra en tres figuras conceptuales: el paradigma, que permite reconstruir ese capítulo ausente en la historia de la lógica occidental que es la teoría del ejemplo; la signatura, que, en la estela de los tratados renacentistas y barrocos de signatura rerum, se revela como el operador decisivo en toda teoría de los signos, de la lingüística al psicoanálisis, de la magia a la historia del arte; y, en fin, la arqueología, que se remonta a un concepto de origen que no permanece aislado en el pasado sino que, como las raíces indoeuropeas en la lingüística y el big bang en la astrofísica, no cesa de actuar en el presente para hacerlo inteligible. El cruce entre estas tres figuras define el espacio de un breve tratado sobre el método.