Durante las glaciales jornadas del 2 y 3 de febrero de 1838, cuando la plaza Mayor de Salamanca tan sólo cuenta ochenta y tres años de existencia, don Manuel de Pineda , el corregidor de la muy Noble, Leal y Hospitalaria ciudad del Tormes, libra descomunal lucha a ultranza contra la solitaria cigüeña tempranera, indefensa y huidiza que se ha empeñado en aposentarse en las espadañas que coronan el edificio del Ayuntamiento y el pabellón Real. Tras enloquecedores avatares y vicisitudes sin cuento, siempre en evitación de que la blanquinegra zancuda establezca su morada en aquellas alturas de la impar y todavía flamante ágora salmantina, el chasqueado alcalde, como si en la piel del ave se ocultase el mismo diablo, asiste al trágico desenlace de la patética y desgarradora historia que desarrolla una bien cortada pluma y un raro ingenio a lo largo de este puñado de páginas inolvidables.