La escuela se hab铆a quedado vac铆a, s贸lo ella, ocupando el primer pupitre, y yo en la cuarta fila, bueno en la 煤ltima, pues la escuela no daba para m谩s. Ella se levant贸, me mir贸 sonriente y vino hacia m铆 contoneando su maravilloso cuerpo. Sin perder su sonrisa, se sent贸 a mi lado y con su brazo izquierdo rode贸 mi cuerpo. Lentamente, recre谩ndose con mi cara de asombro, fue acercando sus labios hacia mi boca, que se hab铆a quedado seca s贸lo con verla venir. -- Sus deliciosos labios rozaban mi boca, levemente, cuando un golpe en el hombro me hizo levantar la cabeza y all铆 estaba Don Bartolo, el maestro, alto, seco y con esa cara en la que yo nunca vi una sonrisa. Levant贸 la regla que parec铆a la prolongaci贸n de su seco y largo brazo, y descarg贸 otro golpe sobre mi hombro.