No recuerdo qué dije exactamente, pero lancé una diatriba contra los marchantes, los coleccionistas y los críticos, defendí la integridad del artista, cuestioné las razones de quienes nunca se mostraban satisfechos, de quienes estaban generando confusión, y terminé bruscamente condenando las exposiciones en general [...]. El público estalló en aplausos, y me sentí complacido. Al menos no se habían aburrido. La señorita Dreier se levantó majestuosamente, subió al estrado y me dio las gracias. Luego, volviéndose hacia el público, anunció que a continuación ella hablaría de arte en serio.