Toni Romero hace la autopsia de su juventud en los años sesenta. Cada detalle fabrica su historia y la de quienes le rodearon gracias a la recreación de la memoria; los hechos consiguen tener apariencia de pasado colectivo. Emergen así los cimientos de una identidad vestida con las frustraciones familiares, los ahogos sociales y las dudas existenciales que tropiezan con dos impertinencias: mirar sólo ha de servir para ver luces pretéritas; lo vivido y lo imaginado forman el tiempo perdido.